INDISCIPLINA EN CLASES EN MEXICO
Objetivos
Objetivos generales:
Contribuir a la incorporación en la agenda educativa de la problemática relacionada con la violencia escolar en México, desde una perspectiva que privilegie las reflexiones teóricas, los aportes metodológicos y las propuestas de intervención y pedagógicas provenientes del campo educativo.
Contar con un acervo de datos que coadyuve al análisis de la violencia escolar en México y a la toma de decisiones preventivas y orientadas a la atención de esta problemática, por parte de todos los agentes involucrados en la educación.
En esta investigación se entrevistaron a 15 niños y 15 niñas de entre 10 y 11 años de edad sobre una historia hipotética que contiene una transgresión moral, molestar a un hermano, y dos tipos de sanciones aplicadas de forma simultánea: golpe y regaño. Se les entrevistó sobre la opinión y el porqué de lo sucedido en la historia. El análisis se realizó por medio del método inductivo, construyendo categorías a partir de los datos. Los resultados refieren la desaprobación del daño físico, pues se considera inapropiado e ineficaz, aunque el infractor debe recibir una sanción. Se proponen y aceptan técnicas disciplinarias que involucran el diálogo como una forma para sancionar las transgresiones morales, asimismo se evalúa la función de la sanción como correctiva y preventiva.
El castigo físico y sus efectos
Derivado de las concepciones sobre disciplina, se han implementado estrategias y métodos para operarla. Una forma persistente es el uso del castigo físico,1 al cual se le atribuyen creencias erróneas sobre su efectividad porque se considera que funciona y evita futuras repeticiones de la transgresión (Sauceda, Olivo, Gutiérrez y Maldonado–Durán, 2006; Straus, 1994). En algunas sociedades, como en la sueca, las políticas públicas han influido para que esas prácticas decrezcan o ya no se presenten porque el Estado asume compromisos para que las leyes de protección a los niños se diseñen, ejecuten y cumplan (Palmérus y Jutengren, 2004).
La normatividad sobre la prohibición del uso de métodos disciplinarios violentos no asegura que no se presenten, pero contribuye a legitimar que son inadecuados. Durrant et al. (2006:1) identifican algunos factores que alimentan la idea de eliminar el uso del castigo corporal en los niños y que tienen que ver con el nacimiento y crecimiento de la psicología pediátrica; el avance científico respecto de la dinámica e impacto de la violencia de los padres en contra de los hijos; un creciente reconocimiento de la prevención de la violencia y promoción de la salud mental de los niños y niñas; así como una tendencia global a deslegitimar el castigo corporal.
Hay opciones disciplinarias no violentas, pero persisten algunas formas agresivas y autoritarias (Socolar, Savage y Evans, 2007). Un estudio de 197 países expone que sólo 41.9% prohíbe el castigo físico en la escuela y 2.3% en casa; hasta octubre de 2007, 19 países (2.3%) lo prohibían en cualquier escenario (Global Initiative to End All Corporal Punishment of Children, 2007:4). Otra investigación con 29 países reportó que 86% de niños y niñas de entre 2 a 14 años han sido sometidos a usos de disciplina violenta en su hogar, lo cual sucede en todos los estratos socioeconómicos (UNICEF, 2007).
El uso de castigo corporal modifica las conductas, incrementando las antisociales o disruptivas (Gershoff, 2002; Sauceda et al., 2006; Straus, Sugarman y Giles–Sims, 1997), lo que sugiere que no surte el efecto deseado o produce beneficios inmediatos no consistentes y crea escenarios de transgresión similares a los que sanciona. Por otro lado, Lau et al. (2006) concluyen que el uso del castigo físico tiene efectos negativos en problemas de conducta sólo cuando los niños y niñas tienen antecedentes de comportamientos impulsivos o agresivos. Resultados similares encuentran Mulvaney y Mebert (2007:393–395) quienes, además, indican que no pueden establecer relaciones causales únicas y directas entre el castigo corporal y el desajuste o inadaptación infantil, puesto que hay más variables relacionadas con los problemas de conducta que deben investigarse y delimitarse.
Sheehan y Watson (2008), con la intención de conocer la relación entre el tipo de sistema disciplinario y las conductas agresivas, encontraron que la agresión incrementa el uso posterior de la disciplina agresiva y del razonamiento, y para niños y adolescentes su uso predice un incremento de conductas agresivas en etapas posteriores. Pero el solo uso de la disciplina inductiva no predice un decrecimiento en las conductas agresivas posteriores. Estos resultados dan pauta para reflexionar sobre la complejidad de elementos involucrados en la conducta agresiva y cómo el razonamiento no es suficiente para evitar que se manifieste en etapas posteriores, pero sí contribuye.
Un ejemplo de ello es cómo el estado emocional de las madres puede alterar el impacto de la disciplina asertiva sobre niños pequeños, un clima emocional pobre ocasiona que se rechace la disciplina o que se asocie con desórdenes de conducta (Towe–Goodman y Teti, 2008).
Barkin et al. (2007) encuestaron a padres y madres sobre la presencia y uso de técnicas disciplinarias para conocer cuáles son y su frecuencia; reportaron formas correctivas y que no solicitan el diálogo: tiempo fuera, quitar privilegios, mandar a la recámara, gritar y dar una tunda (spanking). La tercera parte de la muestra cree que esas técnicas no funcionan, aunque sí las usan. Los padres coinciden en la necesidad de saber más sobre técnicas disciplinarias, pues no están satisfechos con las conductas después de implementarlas (López et al.,2000).
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